Por César Niño
Docente de la Escuela de Política y Relaciones Internacionales de La Sergio
El Estado colombiano se encuentra inmerso en un escenario definido entre la mutabilidad de los problemas de seguridad y la transformación de la violencia. La asimetría de los factores que vulneran la seguridad en el país funge como catalizador plausible para una atmósfera de pos-seguridad. Es decir, un cambio de contexto en el cual la seguridad empieza a desecuritizarse.
La violencia, luego de todo proceso de finalización de un conflicto armado, tiende a proliferarse y a cifrarse en una dinámica de mercado. De hecho, la violencia como fenómeno, cobra un valor sustancial en las lógicas de mercados subterráneos y bien transable en el cual, las estrategias regulares y convencionales del Estado para combatirla, tienden a estancarse bajo el amparo teórico de la ley marginal de rendimiento decreciente. Colombia se enfrenta a una transformación de la violencia, que no es directamente proporcional a un estado de inseguridad, sino más bien a un desafío en un ambiente de pos-seguridad nacional.
La terminación del conflicto armado entre el Estado colombiano y las Farc-Ep por la vía negociada, representa un cúmulo de desafíos estratégicos presentes y futuros en materia de seguridad. Para empezar, la culminación del conflicto de manera dialogada, supone la preocupación por la aparición de los actores armados derivados (disidentes) de las Farc-Ep. Por otra parte, las implicaciones sobre el entendimiento de los problemas y las amenazas a la seguridad, no responden proporcionalmente a los componentes tradicionales del conflicto en Colombia. Según lo anterior, la violencia se encuentra enquistada y transversal al devenir del conflicto. Es un fenómeno que luego de la negociación, ha definido preocupaciones estructurales respondiendo a cuestiones que se desmarcan de toda causa del conflicto armado. Es decir, la violencia no es per se un asunto que nace, ni se desenvuelve; pero que sí se transforma después del conflicto. Los operadores de seguridad empiezan a enfrentarse a retos asimétricos en la prevención de una violencia transformada y que en muchos casos, se desmarcan del conflicto armado como tal. Esta situación, para efectos de esta investigación, se denomina pos-seguridad en Colombia.
Colombia ha tenido construida su agenda de seguridad conforme a elementos definitorios en relación con el otro. Por tal razón, la necesidad de plantear un escenario de pos-seguridad dentro de la pos-farcarización, es de vital importancia debido a que la liquidez de los fenómenos suscita cambios estructurales en una Colombia transformada. La necesidad de desecuritizar la seguridad, de romper los viejos esquemas y enclaves de la Guerra Fría en la doctrina de seguridad nacional, es la piedra angular para repensar la manera sobre cómo se concibe la seguridad “a la colombiana”; una carestía en la cual el Estado está en deuda consigo mismo. El país tiene un imperativo en definirse y en definir lo que constituye su agenda, para ello, debe tener en cuenta que los viejos “molinos de viento” han desaparecido, o en su defecto, mutado y se han transformado. Los saltos cualitativos en materia de seguridad en el país, deben corresponder a la construcción de herramientas al tenor de los desafíos. Los saltos cualitativos en materia de seguridad en el país, deben corresponder a la construcción de herramientas al tenor de los desafíos. Desde el discurso, la resignificación, la otredad, la seguridad líquida y la construcción conceptual de la pos-seguridad enmarcada en el contexto colombiano, configuran elementos abiertos a la discusión y debate académico. Lo anterior en aras de contribuir a las reflexiones e ideas plausibles en las políticas de seguridad y defensa nacionales.